La asustadiza Pandora caminaba despacio, con cuidado de no tropezar por el sendero. Se sentía diferente y extraña, en aquella tierra árida. Su reflejo estaba borroso, cada vez que se atrevía a buscarse en las aguas de los ríos se daba cuenta, era una desconocida hasta para sí misma. Se debaja arrastrar por los fantasmas que la perseguían desde más allá de su pasado, creía mentiras por el temor a la propia verdad, se empeñaba en no crecer, atada a la convicción de que ello le acarrería más problemas.
Un día, tras una oscura mañana vagando con abominable lentitud, topó con un enorme agujero en medio de su paso. No sabía qué hacer para cruzar al otro lado y continuar la marcha. Angustiada, se sentó a varios metros de aquel abismo circular y, sobrecogida, empezó a llorar como la niña que era. Estaba sola, no podía regresar, tenía que seguir. No había nada más que espinas al otro lado, lo conocido era cruel y triste; venía huyendo con la esperanza de llegar hasta algo mejor, un lugar donde fuese feliz. Lloró amargamente largo tiempo, la noche empezaba a caer: había que decidir. Avistó el cielo nuboso, llovería y ella, arropada de dudas, no se habría movido un milímetro de su posición.
Seguiría. Rebasaría el hoyo. El cielo rugió, la paciencia no la esperaba.
Anduvo hacia atrás los metros necesarios y, armándose de valor, cogió aire e infló sus pulmones: comenzó a correr. Las gotas caían sobre ella, el viento la empujaba, al llegar cerca del borde, dio un gran salto, suspendida en el aire confió en que llegaría al otro lado, sonrió y, de repente, sintió como su cuerpo iba cayendo hacia abajo. Gritó mientras se encogía su estómago y una horrible sensación de vértigo se apoderaba de todo su cuerpo. El golpe fue brusco y doloroso, impactó con la espalda en la profundidad y, creyendo que tenía todos los huesos del cuerpo roto, lloriqueó lastimosamente.
Estaba atrapada. Abrió los ojos al sentir como las gotas seguían cayendo sobre ella; el cielo y su inmensidad se abrían ante sus ojos. Derrumbada y rota, se quedó quieta soportando el frío.
Entonces lo dijo en alto: se acabó. Buscó en su chaqueta la pequeña cajita que custodiaba. Con un simple gesto la abrió y con un ensordecedor rugido, los miedos, la maldad, la desilusión, la muerte y todos los males salieron despedidos de su cárcel. Asiéndose con fuerza a ellos, consiguió trepar hasta la cima del agujero. Al fin daba un buen uso a sus temores: de ellos se valía para superar los límites de lo imposible.
De nuevo arriba, observó que había conseguido atraparla de nuevo. Sonrió: no dejaría que la esperanza se escapase. No, ni hablar. Estaba, quisiera o no, destinada a ser su compañera de viaje.
I just want to know who I am