Se llamaba Héctor, por el guerrero. Vino mucho antes de lo esperado, aunque fue recibido con grandes sonrisas. Era muy pequeñito, demasiado, y no podían abrazarle porque podía romperse. Sus papás le habían preparado un cuarto precioso, lleno de colores, cálido y tranquilo, pero como se adelantó, no pudieron llevarle a que lo conociera. Su camita fue una incubadora calentita, donde estaba resguardado del frío y el miedo. A través del vidrio, la familia que tantas ganas tenía de llevarle a casa, le observaban con anhelo. Querían que sus manitas y sus pies siguieran creciendo, que su cabecita se completase, que su corazoncito latiese y sus pulmones respiraran. El pequeño guerrero comía para hacerse más fuerte, para que, al salir, pudiera llorar con muchas ganas, en señal de protesta por todo el tiempo que había tenido que estar solo. No podía imaginar cuántas personas estaban rezando por él; ni siquiera sabía que una mujer muy buena le llevó agua de Lourdes para protegerlo de todo lo malo. Su abuela soñaba con pasearle en primavera por una calle soleada. Sus primos querían jugar con él. Y mamá y papá...esperaban contando los días, sintiendo que cada hora era una batalla ganada. Hace unos días, Héctor abrió sus ojitos. Echó un rápido vistazo a su alrededor y volvió a dormir.
Ayer Héctor cerró sus ojitos para siempre. El guerrero era tan frágil como el cristal. Sé que estará en un sitio bueno, y que aquí en esta tierra, se le echará de menos. Porque lo poquito que lo hemos conocido, lo hemos amado con toda nuestra alma. Y nunca le olvidaremos.
Para ti, Diana
5 comentarios:
Lo siento...
Yo he pasado por algo parecido, y solamente puedo mandaros un abrazo enorme.
No tengo nada que decir. No hay nada que decir ante esto.
Un gran abrazo.
:(
Es imposible imaginar el dolor de esos padres que han perdido a alguien tan deseado. Lo siento
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