
Adoro a los niños. Son lo más puro, frágiles, mágicos. Aquel que le hace daño a un niño, es el ser más inhumano que existe.
Hace unos días, una compañera de clase nos contaba que cuando termine la carrera, su gran deseo es quedarse embarazada. Le gustaría ser una madre "joven". 24, 25 años. Me sorprendí a mí misma teniendo un escalofrío que me sacudió por completo. Mi compañera es toda una buscadora de nuevas sensaciones. Por eso, no me extraña cuando me dice "me aburro de que todos los días sean iguales", y, después de una larga tertulia, comprendo un poco mejor sus razones para tomar esa decisión.
Hace poco, aún jugaba a las casitas con mis muñecos. Vale, quizá no hace tampoco, porque el tiempo hace trampas, avanza demasiado raudo y aún no asimilo que ya soy adulta, pero de verdad. Hace nada, dejaba el instituto y comenzaba la universidad. Hace apenas un segundo, me daba cuenta de que en menos de un mes dejaré atrás una década para sumar otra. Y, ¿sabéis que es lo peor? No soy tan distinta. Sigo siendo miedosa y cobarde, siendo cometiendo casi siempre los mismos errores y teniendo las mismas manías. 

Desnudándome un poco más, debo decir que hace un par de meses tuve un retraso (breve, brevísimo) de mi período. Por unos momentos, me entró el pánico. Aunque estaba segura de que era técnicamente imposible que lo temido hubiera ocurrido, mi futuro pasó ante mis ojos a la velocidad de la luz. Mis sueños de seguir estudiando, de viajar dentro de no tanto, fuera de casa, de probarlo (casi) todo ahora que estoy a tiempo, de llenarme de experiencias que luego poder contar, de trabajar (dentro de unos cuantos añitos, pero que sea de verdad) en lo que me gusta, de descubrir nuevos senderos. Todo quedó ensombrecido, en ese instante, cuando me planteé qué sería de mí si tuviese la responsabilidad de un niño. Supongo que grandes madres habrán conseguido criar a sus hijos y conseguir sus sueños, a pesar de ser precoces. Pero el presentimiento de que yo, en un momento, podía tener esa responsabilidad, me bloqueó. Aunque quiera, no soy independiente. No soy tan valiente. No soy tan sabia. No sé de la vida. No tengo recursos. No sé cómo se educa a un niño. A pesar de todo, los adoro. Pero no es mi momento para plantearme algo tan grande como la maternidad.
Pero, ¿y si hubiera pasado? Tengo muy claro cuál habría sido mi decisión. Y, desde luego, sé que en parte, me hubiera destrozado elegir, en parte egoístamente, en parte lógicamente, no tener a ese bebé.
Ser madre es una decisión muy personal, que conlleva una gran responsabilidad. Y podría escribir hojas y hojas sobre lo desacuerdo que estoy con las personas que tienen hijos como quien tiene una planta, sin planteárselo de verdad.
Y....¿a qué viene todo esto? A que estoy indignada. ¿Acaso las mujeres que abortan odian a los niños?, ¿acaso las mujeres que tienen que tomar esa durísima decisión la olvidarán como si nada? Como me gustaría que desapareciera la hipocresía y la empatía y el silencio llenaran muchas bocas.