Ella está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja. Nunca deja que la alcance. ¿Para qué sirve, entonces, la utopía?...para caminar.

sábado, 26 de julio de 2008

Llamadas del pasado



Y supo que pronto estaría de vuelta, porque quienes se huyen, se acaban buscando. - Querido Caín de Ignacio García-Valiño

Hace poco mi hermana y yo hablábamos de lo que había cambiado de unos años a ahora. De más pequeña era dura como la piedra, cualquier herida o problema no conseguía de mí más que indiferencia. Y ahora, ¿quién soy? Hasta las lágrimas de cocodrilo me hacen llorar.
He esperado mucho tiempo, esperé todos los días a que la vida volviera a tener un orden y sentido lógico. Cuando no lo encontré, me acostumbré al caos y, poco a poco, me asenté entre los cambios. Intenté alejar de mí la rabia y el rencor, intenté no tener más esperanzas vanas y, simplemente, seguir adelante sin mirar nunca atrás, ni pensar en lo que tuve. Y, es curioso, cuanto menos deseas, las cosas ocurren. El por qué aún no lo conozco, debe ser por esta maldita manía de querer dar sorpresas para que nos desconciertemos.
Ante la llamada del pasado, me quedé rígida; ante la llamada del pasado intenté frenar los recuerdos amargos, las noches de dudas, las malas miradas, las lágrimas que queman la piel y las traiciones que rompen la fe. Pero, como ya vaticinaba, ya no soy la misma, ya no soy piedra y, el pasado es mi mayor debilidad. Aquí lo tengo, bien clavado en la garganta, viajero de primera clase por mi cabeza.
Qué sencilla parece la palabra perdón. Qué intolerante aquel que lo rechaza. Qué ignorante aquel que juzga sin saber.
Me doy cuenta, más que nunca, de lo difícil que es decidir. Decidme vosotros, espectadores objetivos, ¿conciencia o corazón?, ¿orgullo, olvido, rencor, justicia? Decidme si se pueden perdonar las traiciones, decidme si debo actuar conforme a mi deber o si, por una vez, debo mandarlo todo a la mierda, su perdón y mis valores, pero así, hacerme justicia a mí misma.

miércoles, 23 de julio de 2008

Transformaciones


Ya está, soy estudiante de psicologia.
Me sentí extraña en un ambiente desconocido aún. Paredes llenas de palabras y nombres, aulas que me esperan, pizarras vacías y muchas páginas por escribir. Me ha costado decidirme muchísimo; he pasado noches en blanco, dibujando una y otra vez un futuro incierto, vidas que probablemente no viviré más que en sueños. Aún busco mi identidad, pero mientras tanto camino por nuevos senderos. Estoy deseando y esperando tantas cosas...me devora la emoción.
Pero, no me queda tiempo para desesperar, porque últimamente no hago otra cosa que moverme, de un lado para otro, aprendiendo, riendo, conociéndome más a mí misma, notando mis miedos y angustias, queriendo a mi gente y dando ánimos, porque aunque quiero, no puedo solucionar todos los problemas. Pero sí puedo estar ahí, para intentar pintar sonrisas y espantar la soledad.
Siento un revoltijo de sentimientos en mi estómago, mi vida va cambiando y, aunque me da vértigo a veces, reconozco que me gusta.

jueves, 17 de julio de 2008

Aprendiendo entre huracanes

Empecé con mucha ilusión un trabajo realmente difícil: conseguir la atención de desconocidos. Lo más importante era que los beneficios de esa escucha ayudarían a los más necesitados. Confiando en mí misma me aventuré a intentarlo.
El primer "no" me chocó. El segundo me hizo un nudo en la garganta. El tercero me frustró de sobremanera. El cuarto lo oí con resignación. El quinto me dolió un poquito menos. Fue pasando el tiempo y no conseguía más que sentirme decepcionada. Se me iba acumulando rencor hacia aquellos que me miraban mal, aquellos que ni siquiera me decían "Lo siento" y, sobr todo, hacia todos aquellos que balbuceaban, como si fuera una ley universal esa maldita frase de: "No tengo tiempo". Sin embargo, intenté aferrarme a lo positivo, al recuerdo de las personas que se pararon a escucharme, a los que pararon su frenética carrera contra el tiempo y las preocupaciones para empatizar y, al menos, regalarme una sonrisa.
Yo, que creo que soy fuerte y valiente, me vi entre la masa que me ignoraba y me sentí como una niña pequeña, insegura y temerosa de las malas miradas y las palabras amargas. Sin embargo, no desistí y al día siguiente, volví con más positividad a regalar "Gracias" a toda la persona a la que me dirigía, aunque no recibiese la misma consideración.
Cuando terminaba el día y yo seguía sin conseguir ninguna persona que colaborase (económicamente, todo hay que decirlo), me encontré con ella. Era una mujer con el ceño fruncido, mayor pero con una extraña vitalidad. La paré, me escuchó y luego me llegó el turno. Fui incapaz de parar aquella ola expansiva, fui incapaz de no sentir el dolor y de imaginar la vida desgraciada que salía por los labios de María. Y claro, sus palabras me emocionaron tanto que entre ella y yo, tras escasa media hora de miradas y confesiones, había surgido una extraña conexión. Quizá fue el abrazo de apoyo, el abrazo de energía para seguir adelante, a pesar de todo y desafiar a la vida, a Dios si es que existe y a todas las circunstancias.
Mi coordinador me había observado y, con un rostro inefable esperó a que le contase. Y, ¿qué dije yo?:
- No sirvo para este trabajo.
Al fin y al cabo, así soy yo. Me gusta escuchar a la gente y, la verdad, aunque me encante hablar, muchas veces me cuesta hablar de mí misma cara a cara y elijo el papel, las letras, las palabras que nacen de mis manos para dibujarme. Soy paciente y me falta impaciencia para muchas cosas.
Luego muchos me dijeron que había perdido el tiempo allí, en la calle, aguantando el calor y el bochorno. Pero yo sonrío recordando cada momento, los de verguenza, los de coraje, los de rabia, los de emoción, los de encuentro. Es algo maravilloso aprender, aprender de los testimonios, aprender observando, aprender del dolor.
Y de vuelta a casa pensé que lo único que quería tras todo el huracán, simplemente, era escribir.

miércoles, 9 de julio de 2008

Hojas en blanco


Me levanto cada mañana con la extraña libertad del que no tiene grandes responsabilidades que afrontar. Disfruto de mi tiempo, leo tranquilamente Un mundo sin fin que me tiene enganchadísima, duermo, paseo cuando el calor amaina, tomo el sol en la playa y no soy consciente de lo afortunada que soy, pues mientras aprovecho mis días de puro ocio, otros trabajan incansables, madrugando y lidiando con los grados.
Sin embargo, no soy del todo feliz. Hay algo que me falta y su ausencia no me deja de perseguir. Yo, que llevo todo el curso sufriendo por no poder dedicarle todas las horas que anhelaba, ahora que puedo, se me escapan las palabras. Me siento delante del papel, con una sonrisa al principio, con el ceño fruncido cuando veo que sólo he dibujado mi pobre imaginación en tres palabras y que no termina de nacer lo que quiero escribir. ¿Por qué ahora no me despierto soñando nuevas historias?, ¿por qué ahora camino y observo a la gente y no invento para ellos vidas curiosas? Quizá he creído durante mucho tiempo que mi vida tenía un fin que no tiene. ¿O acaso, como lloraban los poetas, la inspiración se ha ido a refugiar en brazos de otra mente más prodigiosa? Es frustante que las palabras bailen solitarias, que haya rostros en mi cabeza sin nombre ni pasado, que existan páginas que no vaya a escribir.
Me asusta de sólo pensarlo. Por eso, hoy voy a salir a la calle a la caza de las ideas...