Ella está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja. Nunca deja que la alcance. ¿Para qué sirve, entonces, la utopía?...para caminar.

miércoles, 24 de abril de 2013


He perdido la concepción del tiempo. Los días se escurren entre mis dedos, al igual que las horas pasan pesadas, son eternas, cuando no estoy enredada en ti. Porque mi piel con tu piel es como agua, y tus palabras me acarician como la música de tus manos. Porque tu voz se ha convertido en un faro, y ya no queda oscuridad desde que tú me abrazas en las noches. Mi identidad se está acostumbrando a ti aún. Los demás parecen desconocerme, a pesar de que yo me encuentre floreciendo, sonriendo como una niña a todos los pájaros. Y la poesía más absurda encuentra lugar en el fondo de tus ojos. Floto en ese universo paralelo que existe en tus sábanas. Hasta el más insignificante de los detalles, el roce de tu olor, esa barba haciendo cosquillas a mi barbilla e, incluso, las cicatrices de tus batallas anteriores, es para mí el mayor de los descubrimientos, el placer más intenso. 
He perdido el miedo. El ahora es siempre, nuestro tiempo efímero se convierte en huella. Y no vago, fluyo. Y no huyo, me dejo llevar. Porque confío en ti, sin dudas. Porque me lo das todo y sé que te nace darlo sin más. Y el pasado no duele tanto, aunque no lo haya dejado en el olvido. Camino en esta arena cálida, sintiendo el rumor de la quietud. Hasta la palabra más sencilla, un te quiero, un te echo de menos e, incluso, un te necesito, es para mí lo más hermoso que me han dicho, lo más sincero.
Sólo ahora entiendo a Neruda, sí, "Todo lo llenas tú, todo lo ocupas". Y no porque estuviese vacía, ni incompleta, sino porque ahora reboso. 

martes, 16 de abril de 2013

Palabras, tan solo palabras


Somos más frágiles de lo que pensamos aunque, paradójicamente, tampoco creemos tener la fortaleza que demostramos en muchas ocasiones. 
Si conocernos a nosotros mismos supone un verdadero desafío,  pretender conocer al otro como si fuese un libro abierto, es un imposible al que nos obcecamos, movidos por ese empeño telépata y codicioso de saberlo todo del otro. 
Mi mundo está hecho de palabras; desde siempre, me he sentido más cómoda en el mundo de las páginas y las bibliotecas, porque ese cara a cara me hacía sentirme tranquila, segura de que las historias me acompañarían en mis viajes y lo suficientemente completa como para que no me agobiase la idea de la soledad. Abriendo las puertas, he dejado entrar a las personas dentro de mi refugio, aireando las emociones enterradas, fluyendo por un camino incierto, atenazada por los miedos en todo momento. No esperaba que entrara esta corriente de aire, provocando que mi corazón se desordenara, revoloteando las hojas donde estaban escritas mis propias leyes. 
Adaptarse al otro no es sencillo. Comprender qué valor le da a sus palabras. Escuchar lo que no se dice. Ver como extraño lo que los demás ni perciben. Andar de puntillas sobre las heridas, con paciencia acariciar el cristal para no rallarlo, cuidando que nada estalle antes de tiempo. Vigilando las señales. Modulando la voz. Besando despacio, mordiendo con suavidad para que no sangre la piel. 
Somos más frágiles de lo que nos gustaría aunque, ni si quiera nos damos cuenta, cubriéndonos con armaduras para no ser heridos, tapándonos con máscaras para que nadie descubra nuestro dolor. 
Por suerte, me conozco lo suficiente para saber que cuando quiero algo, podré golpearme una y otra vez, pero seguiré intentándolo. Por desgracia, no estoy sola en mi aventura. 
Mi mundo está hecho de palabras, pero ahora, no son sólo mías. Aunque me cueste, intentaré aprender este nuevo idioma, porque sé que vale la pena. 

miércoles, 10 de abril de 2013

Perdiendo el equilibrio


Después de ese abrazo, sentí que volvía a la vida. Quizá su mirada fue sólo el preámbulo. Su voz una caricia del viento en las mejillas. Incluso cómo olía su jersey, fue solo un deseo. Pero cuando me abrazó, yo me abracé a él, sabiendo que estaba metida hasta el cuello. 
No creía tener vértigo, pero desde esta altura las cosas se ven de manera diferente. Supongo que tengo miedo de perderme otra vez. Y cuando digo perderme, es quedarme sin norte ni sur, sin anhelo ni frustración, ser un fantasma errante, sentirme devastada. Ojalá fuera más fácil resistirse; a veces me gustaría ser diferente, menos visceral, menos poética, más fría, capaz de despegarme sin que duela tanto. Sin esa sombra que me susurra que él se irá, y no volverá.  
Anoche me di cuenta de que esto es real. Tan real que me embriaga, que me atonta, que no me deja ver bien. He vuelto a perder el equilibrio, saltando sin más cuando el impulso no me dejaba respirar. No me he caído y, sin embargo, parece que estoy esperando que algo se rompa, que algo salga mal, porque no puede ser que haya llovido algo tan bonito, empapándome a mí. No me lo creo, no. Esta felicidad es tan absurdamente profunda que me asusta, a la par que me encanta. 
Porque esto sabe a ilusión, y yo ya había olvidado lo adictivo que era.