Ella está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja. Nunca deja que la alcance. ¿Para qué sirve, entonces, la utopía?...para caminar.

sábado, 9 de marzo de 2013

Compasión

Las lecciones pueden venir de cualquiera, sólo hace falta tener los oídos bien limpios.
Recuerdo que, no hace mucho, cuando mi cabeza había perdido el norte como una brújula loca, me concentraba en la tristeza que  me llenaba, esa que no sabía cómo sacar de mí. Esos días oscuros me enseñaron más que todos los años anteriores juntos. Solo ahora lo sé, cuando me miro con otros ojos. Desde la compasión más sincera hacia aquella asustada criatura que lloraba, porque le habían partido el corazón sin esperarlo. Desde la compasión hacia aquel fantasma que veía como pasaban los días y se infiltraba en la noche, haciendo de su pequeño espacio en la cama, un agujero negro poblado por recuerdos con ojos como pozos. Desde la compasión hacia aquella muñeca que sólo quería que la quisiesen, sin importar el cómo. Desde la compasión hacia la ciega que, sin bastón, caminaba a tientas, sollozando porque temía caerse y herirse más.
Las lecciones pueden venir en cualquier momento, sólo hace falta entender que el dolor es parte de la vida.
Recuerdo como, poco a poco, el tiempo fue llevándose los restos del naufragio y, de entre las nubes, empezó a llegar algún rayo para derretir el témpano de hielo. Y como, dejando los restos de piel en el suelo, sentí la arena en los pies diciéndome que había llegado a ese horizonte del que recelaba.
No volví a jugar con fuego, pensando que no habría pomadas ni hierbas que curasen nuevas heridas.
Las lecciones pueden venir tarde, cuando las olas han derribado tus castillos en la orilla.
Y es que, compasión viene del latín cumpassio, hace alusión al sufrimiento compartido con otro. Pero,  el verbo latino passio procede del término griego pathos, que hace referencia al sentimiento entendido como drama interior.
Ese drama, tan nuestro, que creemos que nadie entenderá jamás.
Ahora, cuando me buscan personas para compartirme su propio sufrimiento, entiendo, como si fuese una carta marcada, que nada es casual.

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