
Arranca. Oye el motor, quita el freno de mano. Mete primera. Avanza, no muevas bruscamente. Atenta, mira el indicador y cuando llegues a veinte, es la hora. Ahora suelta el acelerador, pisa el embrague, cambia la marcha, suelta el embrague y pisa acelerador....Lorena...estás pisando el acelerador....Lorena...suelta el embrague....¡Lorena que te estrellas!
Ay, madre mía. Me faltan pies, ojos y manos. Tiempo al tiempo, esto de ser conductora no es tan fácil. Estoy aprendiendo poco a poco, con mucha paciencia, prudencia e ilusión. Me gustaría coger el coche y perderme a un lugar desconocido, poner la radio y escuchar las canciones que me gustan, hacer un viaje con buenos amigos.
Estoy un poco resfriada y mi voz se ha perdido, devorada por la ronquera. Son días extraños, de calor pesado y cielo encapotado. Trabajo todas las noches, esas que tanto echo de menos, pero el cansancio me regala una gran satisfacción. Independencia, libertad, orgullo y un sentimiento profundo de responsabilidad. No estoy leyendo lo que me gustaría y los libros me miran con rencor desde la estantería.
Y lo peor de todo es que ya se acerca el fin del verano. Me dan escalofríos de pensar en lo que viene. Aún estoy intentando descifrar si tengo más miedo o emoción.
Sea lo que sea, pronto lo descubriré, espero, como a dominar las marchas y los pedales del coche.