
Los días pasan, dejándome la impresión de que no he hecho nada. Últimamente vivo en la biblioteca. Estoy cogiéndole manía a las altas estanterías, a los apuntes, al rasgar de los bolígrafos contra los folios.
Echo de menos más temas entusiastas, aquellos que me llevaron a meterme en esta carrera y no en otra.
Todo anda un poco revuelto por la universidad, muchas manifestaciones contra Bolonia y desconocimiento total. La verdad que sólo lo había oído de lejos, desentendiéndome pero ahora, cuando escucho todo lo que se me viene encima, me muero de miedo.
Por si no estábamos marginados los que amamos a las letras, ahora con el nuevo plan, aún más marginados. Un compañero comentaba hoy como un docente le había espetado sin miramientos que no valía de nada estudiar a Antonio Machado, porque lo que de verdad daba dinero eran otras cosas.
Desde pequeñita las letras han sido mi casa, mi refugio, mis noches alocadas. He deseado dedicarme a escribir y a leer desde que tengo uso de razón, nunca he podido ver a la literatura y a la poesía como una forma de ganar dinero. Por eso me duelen tanto estos ataques, es como si fuesen contra mí misma. Yo le diría a ese profesor, ¿de qué vale tener tanto dinero si no eres capaz de emocionarte leyendo a Antonio Machado?
¿No nos estamos volviendo demasiado huecos? Me horroriza la idea de pensar que mi vida puede convertirse en una lucha contra el reloj, en un estudio constante de la estadística, en un transcurrir de horas donde lo más emocionante que me ocurra es resolver una brillante ecuación. Hace poco oía a algunas amigas decir que la poesía les aburría.
Quizá deba presentarles a Antonio Machado, y que juzguen ellas mismas.
Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignò Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñò el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansiòn que habitò,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.